Nació
Julio Grave de Peralta en esta ciudad de Holguín, siendo de los primeros que
abandonándolo todo, fortuna y familia corrió presuroso al campo de la
revolución en el año 1868. le siguieron también sus amantes padres, don José y doña
Rafaela, sus hermanos don Liberato, don Pedro, don Belisario, que fue uno de
los más aguerridos generales de aquella colosal epopeya, don Francisco y don
Manuel, que llegaron a coroneles, éste último de los mencionado, el primer
coronel de artillería, que cuando el sitio de Holguín por su hermano Julio, con
dos cañones hizo fuego sobre La
Periquera desde su casa particular, que destruida desde aquel
entonces, aún no ha podido reedificar, y en la que único sobreviviente de sus
hermanos, aún habita con 90 años de edad, triste y decepcionado de la República cuyos
cimientos contribuyó a edificar.
(Ironías
del destino: acaba de firmar el alto Tribunal de Justicia (deteriorado)
sentencia a favor de una Compañía extranjera despojándolo a él y a los
herederos de su hermano Julio del resto de sus propiedades y fortuna).
A
la atrayente y simpática figura de nuestro biografiado hubieron de seguirle a
la guerra un contingente respetable de cubanos y no pocos españoles, entre los
que figuró como Capitán de su Estado Mayor, el hoy Excelentísimo Señor don
Julián García, respetable personalidad de la Colonia Española de esta Ciudad
que fue hecho prisionero, como lo fueron también la mayor parte de los
familiares de Grave de Peralta, entre ellos sus padres don José y doña Rafaela.
Por
cierto que cuando sorprendieron a éstos en un rústico bohío del monte estaba el
aludido señor padre escribiéndole una carta a Julio en la que le reprendía por
su demasiado buen corazón en la guerra al haber perdonado a unos soldados
españoles cogidos con las armas en la mano y haciéndole un nutrido fuego a los
cubanos. Le recomendaba el padre a Julio que en lo sucesivo fuera más enérgico
con los tiranos y enemigos de la Patria.
Esta carta, sin estar concluida todavía, cayó en manos de los
españoles; con ella como prueba le formaron Consejo de Guerra a don José.
El
Presidente del Tribunal, hombre bueno y caballeroso, queriendo salvarle la vida
dado su avanzada edad, pues contaba entonces con 84 años, hubo de preguntarle:
-Diga
usted señor, ¿no es verdad que esta carta la escribió en jarana y nunca la
habría firmado?
-Es
verdad, tiene usted la razón –contestó el anciano-, falta la firma y también
que pudiera llegar a su destino, porque sé cuanto me respeta mi hijo Julio, por
lo que de recibirla seguro que seguiría mis consejos.
Al
virar la cara casualmente, don José vio cuando su esposa, para salvarlo, le
hacía señas al Tribunal dando a entender que su esposo estaba loco. Poco menos
que enfurecido y dirigiéndose a ella, dijo don José:
-¿Es
posible Rafaela que quieras deshonrar mis cabellos después de viejo?
Y
volviéndose al Tribunal agregó:
-No
señores del Tribunal, no estoy loco, estoy en mi sano juicio. Quiero morir por la Patria. Mis hijos me vengarán.
A
pesar de esas manifestaciones suyas, el Tribunal no condenó a don José, pero el
noble anciano se negó a probar bocado alguno y murió de inanición.
Entre
los familiares de Julio había un niño, de grande muy conocido en los círculos
políticos y sociales de Cuba entera, cuyo plumaje era de los que como dijo el
poeta, pasan el pantano de la vida sin mancharse: fue ese niño don Perfecto Lacoste
y Grave de Peralta, el primer Alcalde que tuvo La Habana después que la Patria fue redimida.
La
estancia del niño en los campos de la Revolución era para Julio Grave de Peralta un
constante temor y una gran zozobra, pues los peligros se hacían mayores cada
día en aquella terrible y encarnizada guerra. Por lo que el tío resolvió
llevarlo con él a los Estados Unidos cuando lo comisionó el Gobierno en Armas
para salir a buscar una expedición.
En
frágil canoa, hecha de una Ceiba del monte, Julio sacó a Prefecto Lacaste y
Grave de Peralta y lo llevó con él primero a Jamaica y después de Filadelfia en
donde lo entregó a su desconsolada madre, doña Rafaela Grave de Peralta, quien
antes, habiendo sido prisionera de los españoles, fue desterrada a dicho lugar.
Ella, por patriotismo y en recompensa por llevarle el hijito, contribuyó a
pagar junto a Morales Lemus y con el dinero y prendas de toda la familia que Julio
había llevado, la expedición que vino a Cuba.
Habiendo
llegado y viendo la expedición perdida, después de pelear heroicamente para
defenderla, Julio se levantó la tapa de los sesos con su propio revólver
después de escribir con lápiz azul en una tabla arrancada a una caja de
capsulas: “Viajero, id a decir a Esparta que aquí muere el último de sus hijos
defendiendo sus santas leyes”.
Y
sin embargo, ¡triste es tener que confesarlo!, a heroísmo tanto y tan
admirable, se pretende oscurecer para la historia con una alegoría que aparece
debajo de la estatua en la que se figura que el héroe murió fusilado.
No,
eso no puede quedar ahí, Julio Grave de Peralta no fue fusilado, ni lo hubiera
sido jamás, porque él siempre lo dijo: “antes de caer prisionero me levantaré
la tapa de los sesos”. Y así lo cumplió. Justo es, pues, que se cambie esa
alegoría por nuestro Escudo Nacional, símbolo de la Libertad de la República.
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