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20 de febrero de 2017

Holguín, sitio de fraternidad entre arqueologos e historiadores



Por: José Novoa Betancourt
Cuando el Gran Almirante Cristóbal Colón arribó a la bahía de Bariay en la tarde del 27 de octubre de 1492 desconocía que no solo había arribado a una de las regiones más pobladas por aborígenes, sino que también iniciaba la exposición de la historia colonial cubana. El diario del navegante es una crónica que ofrece desde el asombro una imagen cualitativa del nuevo espacio cultural e indirectamente, al recoger los rasgos de aquel mundo peculiar, apunta las profundas diferencias que tipificaban el entorno encontrado respecto al pronto denominado Viejo Mundo. La casualidad quiso que aquel osado marino del Renacimiento, con una importante experiencia cultural empírica por sus contactos con otros pueblos de la cuenca mediterránea, del norte de Europa y de parte de las costas africanas, al que no le era ajena la cultura de la antigüedad clásica, tuviera la oportunidad de vivir aquella aventura.
Aunque las tierras de Holguín atesoran bajo su superficie una parte importante de las riquezas arqueológicas cubanas y que la época colonial no fue capaz de hacer desaparecer del todo esa raíz local, las crónicas sobre la localidad o desde ella, escritas en los siglos XVIII y XIX, ignoraron en general a los indios. Cuando se les menciona como en “Memoria sobre el hato de San Isidoro de Holguín” (1865), se les recoge en el mero papel de fondo histórico de la cruenta conquista u ocasionalmente se mencionan por la actividad de alguno de sus descendientes en la sociedad colonial. Esos relatos escritos desde el providencialismo; obispo Morell de Santa Cruz en 1756 (2005), o desde el positivismo; Diego de Ávila y Delmonte en 1865 (1926), se basaron exclusivamente en las fuentes testimoniales o documentales que proclamaban la extinción del indio, aunque los Libros Parroquiales de Holguín recogieran su larga presencia en la comunidad local. Los aires de la arqueología que lentamente se conformaba en Europa no tuvieron entonces ningún eco en Holguín y  la historia continuó dominando la forma clásica de búsqueda de información.
Quizás todo comenzó a cambiar particularmente desde que Antonio Bachiller y Morales publicara “Cuba primitiva: origen, lenguas, tradiciones e historia de los indios de las Antillas Mayores y las Lacayas” en 1883, un texto que influyó en que comenzara a tomar fuerza en Cuba el coleccionismo de los artefactos aborígenes, hecho vinculado al paulatino despertar del interés por la arqueología y el pasado precolombino. Ese estudio también contribuyó al establecimiento del criterio positivista evolutivo sobre la clasificación de las ciencias, que asentó a la arqueología como un estanco particular dentro de las ciencias sociales y una específica auxiliar de la historia.
Por cierto, en esa década de 1880 el periodista y escritor José Martí testimonió en artículos y libros, teniendo de fondo los avances de la arqueología y la etnología en Europa y los Estados Unidos, la importancia de las visiones históricas y arqueológicas para el avance del diverso mundo americano. En 1883 Martí tradujo al español los libros “Antigüedades griegas” y “Antigüedades romanas” y en “La Edad de Oro” (1889) se nota un interés educativo sobre la necesidad de conocer el pasado. ¿No se encuentra en ese libro maravilloso, en el artículo “La historia del hombre contada por sus casas”, una convocatoria indirecta al saber arqueológico? Dijo allí: “En aquellos tiempos no había libros que contasen las cosas: las piedras, los huesos, las conchas, los instrumentos de trabajar son los que enseñan cómo vivían los hombres de antes”. Es esa una valoración que hace descansar en los objetos particulares de investigación y sus fuentes el que prevalezca la herramienta analítica que se va a utilizar: la historia o la arqueología; se puede especular que para el Apóstol, la ciencia general es la historia, dividida en dos momentos peculiares.
Sin embargo, los grandes cambios vinculados al hacer arqueológico y al perfeccionamiento del método histórico, cuestiones que sentaron las pautas de la actualidad investigativa y las relaciones entre los interesados y los profesionales del pasado histórico no ocurrieron en Holguín hasta mucho más tarde, en pleno siglo XX, hechos vinculados a dos importantes personalidades: José Agustín García Castañeda (1902-1982) y José Manuel Guarch Delmonte (1931-2001).
García Castañeda y Guarch Delmonte: ¿arqueólogos o historiadores?
García Castañeda fue el producto cultural del perfeccionamiento del coleccionismo en Holguín y del movimiento inicial de la etnología y la arqueología científicas; un movimiento de ideas desplegado desde el positivismo y enardecido por rescatar las raíces de la identidad cubana, vista no solo en España y Europa, sino también en los aborígenes.
García Castañeda fue hijo de Eduardo García Feria, un gran coleccionista local, y de él bebió el amor por la historia de Holguín y su entendimiento de la peculiaridad de esas tierras donde vino al mundo como una gran reserva de la riqueza arqueológica aborigen. Luego se formó como abogado, pero su mayor interés estuvo en aplicar todo el espectro de las ciencias sociales para definir la identidad histórica de Holguín dentro de la región oriental y en Cuba.
Sus excavaciones empíricas en sitios como El Yayal lo hicieron famoso; pero más que un aficionado en la búsqueda de objetos que nutrieran los fondos del museo que su familia creó en su casa particular, acaso su mayor mérito es tratar de interpretar lo encontrado y fundir la fase aborigen a la historia colonial y republicana. Con García Castañeda hacer arqueología e investigar la historia se convirtió en un solo proceso cognitivo, más allá de sus propias peculiaridades. Sobre la base de varios de sus estudios en una y otra disciplina, García Castañeda plantea la importante hipótesis para el campo de la historia, recogida por Irving Rouse (1492) y otros arqueólogos (Morales Patiño y Pérez de Acevedo 1945), sobre la existencia de una estrecha relación entre el sitio de transculturación El Yayal y la posterior fundación del núcleo urbano de Holguín. Es imposible desligar en García Castañeda una ciencia de la otra; entonces, sobre todo por su actuar, la arqueología y la historia desde hace varias décadas andan de la mano en Holguín, influenciándose mutuamente de forma ventajosa.
La limitante de aquellos esfuerzos se localizaba en la metodología y sobre todo en la falta de un apoyo real. Pero felizmente todo se transformó con los profundos cambios originados por la Revolución desde 1959. La gigantesca obra impulsada por Fidel Castro comprendió desde sus inicios los importantes papeles de la historia y la ciencia en la forja del nuevo proyecto.
Desde 1968, centenario del inicio de las guerras por la independencia, el Partido Comunista de Cuba llamó a profundizar en la historia nacional y local cubana, y entonces la historia y la arqueología hallaron en Holguín un nuevo espacio de creación y avances. Es de reconocer en ese ambiente, junto al trabajo de varios esforzados compañeros entre ellos Andrés Ramírez Feliú, al binomio creado por Miguel Cano Blanco e Hiram Pérez Concepción. El primero, nombrado líder regional de la organización comunista después del comandante Alfonso Zayas, y el segundo, primero designado presidente del Movimiento de Activistas de Historia (1970) y luego jefe de la Sección de Investigaciones Históricas del Comité Provincial del Partido (1977). El amplio ambiente de colaboración construido por ambos políticos posibilitó la más activa participación de García Castañeda y otros historiadores y aficionados a la arqueología.
García Castañeda fue un intelectual que supo sobreponer a su formación filosófica y a su inveterado escepticismo el interés supremo del patriotismo y su amor por la historia y la arqueología. La Revolución impulsó sin pausas la realización de sus mejores sueños.
También a lo largo de la década de 1970 otras cosas sucedieron en Holguín dentro de la obra social y científica promovida por Fidel, como la fundación del Instituto Superior Pedagógico, cuya Licenciatura en Historia y Ciencias Sociales, por su alto nivel académico, fertilizó el activismo de Historia y abonó el campo investigativo al que luego se sumó el Departamento de Historia de la Universidad de Holguín. Sin esas líneas de desarrollo educativo, científico intelectual y político regional, sin recordar el importante trabajo que en sus tiempos produjera García Castañeda y sin valorar el gran peso de Holguín como reservorio arqueológico, no se pueden entender las razones por las cuales, en 1976, un hasta entonces líder científico cambiara las luminosas perspectivas del trabajo investigativo arqueológico desde La Habana y su vida en la capital por la reorganización de las investigaciones arqueológicas en el norte oriental. La decisión del camagüeyano  José Manuel Guarch Delmonte de trasladarse junto a su familia desde La Habana a Holguín fue providencial.
Guarch Delmonte, quien logró varios doctorados y dirigió importantes instituciones investigativas de carácter nacional (Valcárcel Rojas, 2002a), mostró a lo largo de sus años holguineros las razones de su exitoso temprano brillo en la arqueología y la investigación histórica en Cuba. Entre sus obras científico sociales en Holguín cabe destacar la fundación del Departamento Centro Oriental de Arqueología, su papel de presidente fundador de la Filial provincial de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba y su actividad como director fundador de la Casa de Iberoamérica.
Si García Castañeda posibilitó el avance de la arqueología y la historia particularmente entre los años 1930-60 en Holguín, fue Guarch Delmonte quien les sumó academia y actualización.
Ambos fueron arqueólogos e historiadores que por su liderazgo aglutinaron a su alrededor a jóvenes, maestros e interesados, lo que logró multiplicar su obra. Su legado cultural en el impulso del conocimiento es invaluable y su mayor mérito es haber contribuido a formar una familia de investigadores que ya arqueólogos o historiadores, guiados por su lealtad a Cuba y a la ciencia, continúan trabajando codo a codo, intercambiando, creando.
Para el autor de estas líneas, parte modesta de ese grupo, la arqueología y la historia no son más que dos momentos concretos y complementarios del estudio científico que explica el surgimiento y desarrollo histórico-natural de la sociedad humana.

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