1880, Marzo 26
Calixto parte hacia Cuba
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Al fin, a las ocho de la noche, se congregan en un
muelle de New Jersey un valeroso grupo de 26 cubanos, que dos horas más tarde
se hacen a la mar. El general viste pantalón y camisa grises, calza zapatos
de pelotero y se toca con sombrero de castor. Cada combatiente lleva una
bolsa con cien tiros.
En un remolcador, burlando la vigilancia de las
autoridades yanquis, el general se dirige hacia la goleta que le espera mar
afuera.
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Se quedan Carlos Roloff y José M. Aguirre
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Circunstancias imprevistas impidieron que los patriotas
Carlos Roloff y José M. Aguirre lo acompañaran.
Desde el remolcador Calixto le escribió a Leandro
Rodríguez. “Estoy desesperado por
haberse quedado Roloff y Aguirre, no solo por la falta que me hacen; sino por
la mala posición en que quedan. Trate de embarcarlos para Jamaica, por el
vapor del martes, que así tal vez puedan ir con Bonachea. Mande la adjunta [carta] a mi esposa”.
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El General nada más deja a los suyos por
herencia 48 latas de leche condensada
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En aquel final de invierno durante el cual el General
se marchaba de Norteamérica, Isabel quedaba sola otra vez, con un niño de dos
meses de nacido, al que el padre, antes hacendado y señor de esclavos y
ganado, solamente le dejaba por herencia, 48 latas de leche condensada.
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1880, Abril 4
Desafortunado desembarco en Cuba
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Después de las peripecias naturales de viaje tan
arriesgado, están prestos a desembarcar. Han llegado frente a las costas de
Cuba, en un punto ubicado entre Aserradero y Punta Brava. Bajan un bote. Los
primeros hombres llegan a tierra y ya comienzan a bajar el segundo
contingente, pero teme el General no poder bajar lo que llevan por allí y
decide mandar a buscar a los que estaban en tierra. Ya viene el bote de
vuelta cuando ven una luz cerca que crece: se trata de un crucero español que
se acerca. Por órdenes de Calixto el barco en el que viajan suelta las velas
y se da a la mar, sin tiempo para recoger a los hombres que volvían. No paran
hasta Jamaica[1].
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El gobierno inglés en Jamaica confisca la
goleta
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El general y el resto de los hombres, en Jamaica,
escondieron los pertrechos y luego perdieron la goleta, confiscada por el
gobierno inglés.
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1880, Abril 24
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Después de agotadores esfuerzos, el General pudo
conseguir un bote con capacidad para una docena de hombres, y en esta fecha
zarpó rumbo a Cuba con quince compañeros. Pero todavía surgen nuevos
contratiempos: a varias millas de la costa jamaiquina se les rompe el mástil
y tienen que retornar a remo.
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1880, Mayo 4
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Los expedicionarios reanudan el viaje: ahora son 19
hombres.
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1880, Mayo 7
Definitivo
desembarco en Cuba
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El general Calixto García desembarca en Cuba, en un
lugar situado entre Aserradero y Cojímar. Un autor español dijo que “había desembarcado a solo dos kilómetro
del más poderoso de los fuertes que tienen los españoles en toda la costa del
Turquino. Para entonces el movimiento revolucionario ya estaba extinguido”.
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Martí saluda el
desembarco de Calixto en Cuba
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José Martí, optimista siempre, escribe en Nueva York
cuando sabe del arribo de Calixto a Cuba: “¡Saludado sea el nombre que a todos enorgullece, saludados los que
murieron esperándole…!
Sabida la llegada de Calixto, el Camaguey se alarma con
la noticia, pero no secunda el movimiento por considerarlo prematuro. En Las
Villas hay hombres sobre las armas: Carrillo en Remedios y Serafín Sánchez en
Sancti Spíritus, pero no hay contacto entre villareños y orientales. Serafín
dice a su madre por carta, sin saber nada de la llegada de Calixto: “Nos embarcamos mañana para el extranjero,
lo que deseo con vehemencia, torturado mi corazón bajo el peso abrumador de
negro descontento. La conciencia pública aprueba nuestra determinación por
ser el único medio de evitar el suicidio inútil de los cuatro hombres que
hemos quedado sin objeto sobre el terreno de honor”.
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Proclama de Calixto recién desembarca
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Tan pronto como el general García pone el pie en tierra
cubana lanza una vibrante proclama, pero, sin que él y los suyos lo sepan, ya
el movimiento había fracasado.
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[1] Los patriotas del bote, llevados por
la corriente, encallaron cerca de Cabo Cruz, pudiendo incorporarse a Goyo
Benítez, que aislado ya en las montañas orientales, había perdido la esperanza
de salvar la vida. Eran sus nombres: Ricardo Machado, Nicanor Ambrosio
Santiésteban, Eugenio Carloto, Francisco Marrero y Francisco Moncayo.
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