1850
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No tenía Calixto más de once años cuando la casa se
conmueve con las noticias que llegan de Puerto Príncipe: Viene a su casa un
muchacho que es dos años más joven que el niño; trae el recién llegado un
pañuelo bañado en la sangre de Joaquín de Agüero, paladín por la causa de la
dignidad humana.
Calixto alinea sus soldaditos para el combate y
mientras tanto musita, (porque el enemigo asecha), unas estrofas que se
habían hecho famosas y que lo serían mucho más en años posteriores cuando se
cantaban en el monte, de vivac en vivac:
“Que si un pueblo su dura
cadena
no se atreve a romper con
sus manos
bien le es fácil mudar de
tiranos,
pero nunca ser libre
podrá”[1].
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