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2 de septiembre de 2016

El único americano de la United, de los que vivían en Guaro, Mayarí, Holguín, Cuba, que quedó en la memoria colectiva como un buen hombre fue Míster Hill

Los viejos actuales que viven en Guaro, Mayarí, Holguín, Cuba, eran los niños de la década del 40 y 50, que conocieron a los “americanos” de la United Fruit Sugar Co. que se encargaban de la parte agropecuaria del central Preston, por lo que vivían en el batey que la compañía creó en aquel pobladito todavía hermoso.

En la memoria de los viejos quedan muchos rencores a los yanquis de Guaro, con la sola excepción de Mister Hill que se desempeñaba como primer listero de la Compañía en Cañada Seca. La diferencia de este yanqui debió venirle, quizás, porque era aún muy joven.


Muy buenas eran las relaciones de Mr Hill con la gente pobre de Guaro que lo quería y lo respetaba, aun cuando alguna vez se burlaran de su pelo abundantemente engrasado y con una perfecta raya al lado izquierdo. Sus ojos no podían ser más azules y su inteligencia daba para que él mismo fuera el mecánico de su jeep Willy. Otra de sus características era la sonrisa, siempre a “flor de labios”. En sus constantes recorridos por los campos Mr. Hill detenía su vehículo cuantas veces fuera necesario para saludar y charlar amistosamente con cualquiera de los humildes trabajadores que encontraba en el camino, ya fueran cubanos, haitianos o jamaicanos.

Por la confianza y el buen trato que ofrecía, todos trataban de acercarse a Mr. Hill, aunque la costumbre o el instinto de sobrevivencia de los obreros les aconsejara conservar la distancia. Y de todos, eran los más jóvenes los que más iban donde el americano, sobre todo cuando él estaba mecaniqueando. Miraban los curiosos y lánguidos jornaleros, le alcanzaban al “americano” alguna de sus herramientas y se mantenían en silencio, para no molestar o porque no tenían tema para hacerlo. Pero cada vez que llegaba uno de ellos a mirar, Mr. Hill detenía su trabajo, saludaba y a la misma vez contemplaba al llegado de los pies a la cabeza, y entonces volvía a sus labores. (Quien sabe lo que pensaba Mr. Hill al observar el estado de pobreza en que su propia Compañía tenía sumidos a aquellos encanijados “animalitos”).

Un día, coincidiendo con que sus padres se encontraban con él en Cuba, algo que era muy común en esta familia, Mr. Hill tomó unas merecidas vacaciones y se fue a su país, exactamente a Paso Estancia, estado de la Florida. Mas sus padres decidieron permanecer en Guaro, descansando en la casa que la Compañía le había entregado a su hijo.

No hacía más de tres días que Mr. Hill se había marchado cuando llegó la triste noticia: en su país había nuerto, ahogado en una presa. Al saberlo no hubo ni una sola persona en Guaro que no se sintiera estremecida, y entre todos, principalmente, los jóvenes. Por eso, apesadumbrados, un grupo de aquellos humildes trabajadores con los que el “americano” era tan amable, se presentaron en los exteriores del chalet y allí esperaron hasta que los padres de Mr. Hill, ya muy ancianos, pudieron reponerse del terrible golpe, y salieron, entonces todos, sin decir ni una sola palabra, se pudieron a llorar.

Cuando los padres de Mr. Hill regresaron a los Estados Unidos comenzó el olvido. Hoy casi nadie recuerda al único yanqui amable que hubo en Guaro.

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