Prensa desde 1900

10 de julio de 2010

Así es Gibara (Décima parte)



Llego a la Villa y necesito los servicios de Angelito; y no estando Angelito en la piquera, llamo a un limpiabotas, el que me dice, a pesar de ser de la Villa, que ignora el domicilio de Angelito; Buere que oye la conversación, le dice: sigue derecho toda la calle hasta llegar a la loma, toma la segunda cuadra y en ella vive Angelito, y para animarlo le doy veinte centavos; el limpiabotas me mira y mira los veinte centavos, y devolviéndome la moneda me dice: nunca he andado por ese barrio. ¿Cómo, muchacho, eres de la Villa y nunca has llegado a esa calle? Le digo sorprendido; No he tenido necesidad de ello; y se retira. Por todo ello no me sorprende que a Cabrera se le cayese al suelo una moneda de diez centavos, la que ve correr calle abajo, pero que incapaz de irse tras ella y menos de agacharse, le dice a un transeúnte: Mira, allí va una moneda de diez centavos, y sigue caminando.

Nos encanta el ir a Gibara, y todos los domingos lo hacemos Pompeyo, Abraham, Tejedor, Elías, Melquiades y yo; todos los domingos vamos a la Villa, tanto en verano como en invierno, y siempre nuestra primera visita es para Lola y la segunda para Joaquín. Abraham lo explica: a Casa de Lola a tomar café “recalentao”; a Casa de Joaquín, a que nos muestre su sanatorio de animales deformes; siempre nuestra primera visita lo es para Lola y la segunda es para Joaquín; y así debe hacerlo usted también, si no, no habrá ido a Gibara.

Pepito tiene setenta años; es casado y tiene hijos y nietos; y es uno de los contados vecinos de la Villa que se da el lujo de tener querida; todos en la Villa lo saben y que éste solo la visita cuando el cuerpo se lo pide; y que en ese día si la puerta está cerrada, todos quedan enterados de su visita, al escucharse fuertes golpes sobre la madera de la puerta y su angustiada voz de ¡Apresúrate, Celedonia!.

Es la Villa el pueblo de los apodos, herencia de cientos de canarios que en su Villa se avecindaron en el siglo pasado. Constituyendo el apodo la esencia de la Villa, el obligatorio y hereditario apellido; entre ellos nos encontramos a “Bicicleta”, eje de humorísticos episodios gibareños; que cae el terminal bicicleta en el sorteo, todos aprovechan para gritarle ¿Lo cogiste, Bicicleta?; que va por una de las desiertas calles de la Villa, y sin poder evitarlo, suena lo que siempre suena a pesar de nuestros deseos de que no suene, oigo que le gritan: ¿Te ponchaste? Gibara.

Rafael vive en Holguín, y en su casa tiene una sirvienta de la Villa; dicha criada tiene su novio en Gibara y por ello Rafael todos los domingos tiene que enviarla a ver a su novio; por ello, Rafael que es gibareño, puede decirme: En la Villa todas las cosas ocurren al revés.

En la Villa hay un prestigioso vecino que por su miopía usa espejuelos; al dormir por la noche lo hace con los espejuelos puestos. Nos explica el motivo: y si sueño, ¿cómo distingo las caras? Gibareño.

El Verano es esperado por todos los holguineros; y en el verano cientos de holguineros visitamos la Villa de Gibara al objeto de bañarnos en sus playas; nuestra llegada a la Villa siempre es por la tarde, después de nuestro almuerzo en Holguín; por ello Joaquín, al ver que no dejamos dinero, exclama: ¡almuerzan en Holguín; hacen sus necesidades en la Villa!

Corrales es español y está establecido en la Villa, recordándonos su presencia al típico bodeguero español y a la amplia y ventilada bodega española; llegó un domingo a su tienda y notó, no sin sorpresa, al ser la Villa tan amiga de sus tradiciones, que están fumigando la trastienda; ¿y eso, Corrales? le pregunto. No tardó en contestarme: a los cuarenta años de residir en la Villa me he cansado de que las cucarachas me hagan cosquillas.

Nota Pancho X que uno de los bodegueros de la Villa está arrojando al mar la latería descompuesta; seleccionando dos latas de sardinas portuguesas que limpia con esmero; colocadas en sus amplios bolsillos se dirige a la misma bodega de donde estas proceden a cuyo dueño dice: voy de pesquería, dame dos latas de sardinas portuguesas, pan y queso, que le es despachado; y que le retira el indignado bodeguero al decirle éste, a mi regreso te pagaré su importe. Haciéndose el ofendido se retira, pero lleva en su bolsillo las dos latas de sardinas despachadas, que en un descuido del bodeguero había sustituido por las que éste había arrojado al mar.

Estoy en una de los balnearios de la Villa, y a él veo llegar una joven, a la que todos saludan y todos quieren que en su mesa se siente; nadie más popular que ella; así se lo informo a mi compañero gibareño, que la mira y me dice: ¡PICA EN TODAS LAS CARNA!

Se celebran los carnavales holguineros, y a ellos concurre toda Gibara; y siendo Lola de la Villa, me la topo ya tarde en la noche, invitándola a comer un bocadito de lechón, que es aceptado; para ella prepara el fritero su primera frita, que entrega a Lola, la que volviéndose a los portales, grita: ¡Fulana, toma! Y le entrega la frita; es preparada otra, y se repite la misma historia, por dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho veces, en que no pudiendo más, le grito, ¿pero Lola, has traído una comparsa de Gibara? Dos semanas sin poder visitar la Villa; Lola se incomodó.

Albertín recibe de la Madre Patria un gallo jerezano, un valioso y verídico gallo de Jeréz de la Frontera, al que nombra “Coronel”; apasionado gallero y educado en España, pasa los días contemplando a su gallo, cada vez más enamorado de él; cierto día llega a su casa de la Villa un gallero holguinero, que al ver el gallo, le ofrece por él quinientos pesos a Albertín, ofrecimiento que le hace brotar lágrimas de dolor, ante tal atrevimiento; lágrimas que brotan con más intensidad al escuchar en su oído la voz de Tiano; con doscientos pesos vas ganando. Su gallo era jerezano y tan bien educado, según él, que hacía sus necesidades dentro de la vasija de metal.

Estoy en el portal de mi casa en Holguín, más o menos a las once de la mañana, en el pleno agosto; a la distancia veo un señor todo vestido de azul oscuro, sombrero de palo y un paraguas a modo de bastón; estará loco, me pregunto. Venía a verme y al presentarse me entero que procedía de la Villa y traía su traje de paseo. ¡Lástima que la carretera haya hecho perder ese típico sabor gibareño!

Tiano visita la Ciudad de Nueva York; la visita para que no le hagan cuentos, ya que prefiere no salir de su Villa; visita New York con su traje de salida: paño oscuro, sombrero del mismo material y un paraguas a modo de bastón; y tiene la suerte de llegar en el invierno; se levanta temprano en la mañana, y para hacer hora en espera de Joaquín, se estaciona en la puerta del Hotel, contemplando la calle, que por su brillo le asemejan grandes espejos y a los contados transeúntes de esa hora; que al verlos pasar frente al Hotel caminando con un pie sobre la acera y el otro por la calle, le hace reflexionar que en las proximidades hay un hospital; trata de salir y cae el suelo, conociendo entonces que para caminar en esa mañana invernal por las calles neoyorquinas había que cojear, transformándose en un cojo más; con la dificultad de no poder recrearse contemplando las fachadas de los enormes edificios, que por tratarlo de hacer vino con él toda la fila de cojos al suelo. Visita una de las grandes tiendas, tratando en todo momento de pasar desapercibido, confundido con un nativo de la Ciudad; en dicha tienda nota una escalera que el piso superior sube, la que toma sin darse cuenta que esta era de esterillas, que al notarlo le hace retroceder con espanto, cayendo al suelo y con él los que detrás subían. Aceleró su regreso a la Villa; menos complicaciones, más tranquilidad.

Pancho X tiene en su poder una moneda de oro de a cinco pesos, pero ésta era falsa; platino con un baño de oro; se dirige a una de las tiendas de la Villa, y haciéndola rodar por el mostrador al objeto de que todos la vieran, pide y toma dos o tres tragos; al pagar dice en voz alta: toma, cóbrate de estos cuatro pesos, oro; el bodeguero que nota que la moneda es de a cinco pesos y que éste está tomado, la toma y le da el cambio como si fuera en realidad de cinco pesos; llega la tarde, y el balance, dándose cuenta entonces el bodeguero que la moneda era falsa, siendo acusado de ello Pancho X. Viene el correspondiente juicio, y en él es acusado Pancho X por el bodeguero de haberle dado una moneda de a cinco pesos falsa, acusación que éste niega, siendo absuelto al demostrar con testigos que la suya lo había sido de a cuatro pesos, y que por cuatro pesos había recibido el vuelto.

Estoy en casa de Corrales dándome unos tragos con varios amigos gibareños; para que se cobre el importe de una de las tomas, le entrego un billete de a cinco pesos, que al verlo Alonso, le dice a Corrales, devuélvaselo: ese trago es mío. Corrales le mira y mira mis cinco pesos, y no pudiendo soportar la tentación con ellos se dirige a la contadora, diciéndole a Alonso: este dinero me está mirando; el tuyo está en veremos.

Alberto Velázquez es en la Villa el máximo defensor de la “Cooperativa Textil de Gibara”, y por defenderla sufre de prisiones; en una de ellas es llevado ante el Juez que lo envía al Hospital de Holguín en observación, ¿por qué? A su entrada había dicho: Yo no soy de este mundo; usted no tiene la facultad para juzgarme; por él tienen en la Villa una famosa “Doctrina Judicial Teocrática”. Como también tiene a Táramo pasando los días demostrando por medio de números la razón de todo lo existente.

Visitamos la Villa y notamos sus calles desiertas; los establecimientos faltos de clientes; la mar sin pescadores; por ello nos preguntamos, como todo el que la visita se pregunta: ¿de qué vivirán? En la Administración de Correos nos dan la respuesta: por ella se reciben todos los meses cientos de giros postales, contribución del gibareño ausente a sus familiares.

Todo es tranquilidad en la Villa; ella es rota al verse uno de los pequeños botes de pescadores correr vertiginosamente por la bahía, y más tarde salir mar a fuera, como si una fuerza poderosa lo arrastrase; gritan unos: se lo lleva un enorme tiburón; otros, quedó enganchado a un submarino; unos lloran; otros, los más, le miran con orgullo desaparecer en la lejanía; son gibareños y el pescador es de la Villa; ya regresará algún día remolcando un enorme animal capturado era la cierto, al siguiente día “Chicho” hace su llegada triunfal remolcando un enorme tiburón. Cosas corrientes en la Villa, y sucedió muchos años antes de que Ernesto Hemingway escribiera su célebre novela.

Después de largos años de espera, hacen su llegada de nuevo al Puerto de Gibara, los barcos de carga; y con ello la alegría y la esperanza de un pueblo dormido por falta de actividad; hace su llegada el primer barco, pero cosas de Gibara, es tan grande que no puede entrar en la bahía, y menos atracar al muelle, corriéndose la voz de que éste seguiría con su carga para el Puerto de Nuevitas; todos se desesperan, más que los estibadores el vendedor de bacalaos fritos, cuyos lamentos se escuchan por toda la Villa y sus súplicas a la Virgen de la Caridad del Cobre por un milagro, el milagro de que pudiese el barco atracar al muelle; su interés, el haber fiado los bacalaos fritos. Vino el milagro, el barco atracó al muelle, los estibadores cobraron y el vendedor cobró lo fiado. Son cosas de Gibara.

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