Dicen que en Holguín en las últimas décadas del siglo XIX no había fiesta completa sino se “botaba” a los aires un globo. Generalmente aquellos aparatos eran construidos de papel doble o tafetán barnizado. Otros se hacían de dos cubiertas de tafetán con otra intermedia de material elástico.
Igual dicen, que se encendía una hoguera en medio de la plaza San José y allí se llenaba el globo de aire caliente y, a volar globitos de mi vida. Adornados de guirnaldas, banderitas y colas gigantescas, los globos caían en manos de los vientos alisios e iban a perderse detrás de la loma del Fraile.
Todas las clases sociales de la ciudad acostumbraban a asistir a aquellos actos que provocaba hurras y vítores. Era una figura muy popular quien generalmente se encargaba de la tarea: José Gregorio Hechavarría, alias Chepenché.
Pasadas las fiestas, se preguntaban los holguineros dónde habrá caído el globo: ¿acaso en Yareyal, acaso en Guirabo, en San Lorenzo...?. Pero no había que esperar mucho para tener la respuesta. Generalmente a los pocos días aparecía un jinete que paseaba el desinflado artefacto por las calles. La chiquillería corría detrás de él anunciando a todos que había aparecido el globo. Por cierto, quien encontraba el globo recibía un premio. Y premio, igualmente, recibían los que habían acertado o adivinado donde iba a caer.
Lamentablemente el 2 de octubre de 1896 un desgraciado suceso vino a entorpecer la sana diversión a la que estaban acostumbrados los holguineros u holguinenses. Ese día, mientras lo inflaban el globo explotó y mató al curioso niño Conrado Urbino Guillén. Las autoridades prohibieron los globos, pero muy poco después, olvidado el incidente y el muertecito, se restableció la costumbre.
Costumbre que desapareció y ya nadie recuerda como tampoco al sacristán, relojero, latinista, músico e inflador de los globos José Gregorio Hechavarría, Chepenché.
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