A una muy alta hora de la madrugada del 12 de
septiembre de 1958, un vecino insomne del edificio marcado con el 271 de la
calle Santa Rita, en el reparto Juanelo, de La Habana oyó las fuertes
pisadas de un grupo de hombres que subían por las escaleras. Luego se oyó que
tocaban a la puerta del apartamento once, y, luego una voz angustiada que más
que hablar gimió: "Abre, soy yo". Inmediatamente sonaron descargas de
armas de fuego y se oyeron imprecaciones y gritos. Las paredes retumbaban. Más
gritos, ruidos extraños, alaridos, más imprecaciones. Una mujer increpaba:
"Asesinos, no los maten". Más gritos. Dos mujeres, obligadas a bajar
las escaleras, se defendían peldaño a peldaño.
Luego, una serie de descargas dentro del apartamento
11. Más ráfagas. Disparos aislados. Cuerpos que son arrastrados por las
escaleras. Otros dos cuerpos son arrojados desde la baranda hasta la acera. Un
sicario arrojó un bulto al latón de basura. Después se comprobó que eran los
testículos de cuatro jóvenes.
Clodomira Acosta Ferrals |
Las dos mujeres, Lydia Doce y Clodomira Acosta, fueron obligadas a subir a un auto. No se les volvió a ver más.
LA VERDAD HISTÓRICA
Si bien es cierto que la traición de un militante del Movimiento 26 de Julio devenido delator, llevó al aparato represivo de la tiranía al apartamento 11 de Santa Rita 271, es verdad que en ese lugar no debía estar nadie, según las órdenes emitidas por el jefe del Movimiento en Regla, Gustavo Más.
Tanto Gustavo Mas como Gaspar González Lanusa, el contacto de Lydia y Clodomira con la Dirección del Movimiento en la capital, dicho apartamento era una ratonera e incumplía con las normas de seguridad para que sirviera de refugio a los combatientes. Pero los cuatro jóvenes desoyeron las orientaciones.
De acuerdo con las órdenes emitidas, Lydia tenía que permanecer en casa de Miriam Parra, en La Jata, Guanabacoa, pero por "solidaridad con los muchachos", ella pernoctó en el apartamento de Juanelo.
Lanusa intentó convencer por todos los medios a Clodomira a que esa noche fuera para una casa segura en Miramar. Pero ella decidió quedarse con Lydia y los muchachos.
DESAPARECIDAS
Al triunfo de la Revolución, por declaraciones de algunos de los criminales de guerra que, a las órdenes de Ventura, habían participado en la detención de Lydia y Clodomira, se conoció sobre los últimos momentos de estas heroínas. Un cabo de la policía de apellido Caro, capturado antes que pudiera huir de Cuba, dio el siguiente testimonio:
Asesino Esteban Ventura |
" (...) del Reparto
Juanelo fueron conducidas a la Oncena Estación.
(...) el día 13 [de septiembre de 1958] Ventura las mandó a buscar conmigo. Yo las
trasladé a la Novena
Estación. Al bajarlas al sótano que hay allí, Ariel Lima las
empujó y Lidia cayó de bruces, casi se le saltaron los ojos al darse con el
contén. Lógicamente que la mujer no podía ponerse en pie, pero el guardia le
daba con un palo en la cabeza para que lo hiciera. (...) la mulatica flaquita
[Clodomira] se me soltó y le fue arriba a Ariel Lima, arrancándole la camisa
mientras le clavaba las uñas en el rostro. Yo traté de quitársela de arriba, pero
ella se viró y saltó en forma de horqueta sobre mi cintura. Ariel Lima tuvo que
quitármela de encima a palo limpio hasta noquearla. (...) la más vieja, [Lidia],
ya no hablaba, solo se quejaba. Estaba muy mal, toda desmadejada. El 14 por la
noche Julio Laurent llamó a Ventura y le preguntó si ya habían hablado y éste
le dijo:
-Los animales estos les
han pegado tanto para que hablaran que la mayor está sin conocimiento y la más
joven tiene la boca hinchada y rota por los golpes, sólo se le entienden las malas
palabras.
Laurent terminó
solicitando que se las enviara y Ventura se las mandó conmigo 'prestadas', pues
eran sus prisioneras; fuimos en el carro de leche, vehículo utilizado para
disimular el traslado de presos o muertos que guardaban en la Décima estación.
"Después de fracasar
Laurent en sus torturas sin lograr sacarles una palabra (en la madrugada del
15), ya moribundas, las metieron en una lancha, en la Puntilla, al fondo del
Castillo de la Chorrera…”
Se deshicieron primero de Lydia. En sacos con piedras Laurent ordenó hundir en el mar a Clodomira para que a los pocos minutos la sacaran. Le hacía preguntas pero no obtuvo respuestas. Repitió el procedimiento una y otra vez. Hasta que a una orden suya soltó amarras y no la sacaron más.
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